domingo, 18 de octubre de 2015

TALAYEROS

TALAYEROS (Los primeros Fareros)

Haciendo un inciso. 

Casi todo en la vida tiene uno o muchos porqués. Desde mi más tierna infancia he escuchado a mi padre, natural de Laredo (Cantabria), decir que él era el último de los Talayeros. En mi ignorancia siempre lo había relacionado con los últimos de filipinas o el último mohicano. Ser el último de una saga o linaje, una tradición o un oficio le suponían un orgullo, se reconocía así mismo como un personaje especial, algo que le dignificaba. Mi padre falleció y con él terminó la saga de los Talayeros. 
Nací en Madrid y la mar me pillo muy lejos. Pese a pasar todos los veranos y fiestas en la playa Salve de Laredo y pasarlo muy bien, éramos y vivíamos en el interior. Marché a vivir algunos años a Asturies y mi reencuentro con la mar, ya con conciencia, me dio algo desconocido que sin querer andaba buscando. Siempre viviendo en “el foro", me ha faltado algo, la mar y cuando puedo me escapo a sentir su cercanía y continuar con la afición de buscar faros como motivación para conocer pedazos de costa.
Los Talayeros eran unas personas dedicadas a salvaguardar a los marineros y sus embarcaciones. Era el oficio anterior al de farero. Cuando no había faros, había atalayas y sobre ellas hombres y mujeres que subían para colocar emblemas, banderas, luces, hogueras, tocar campanas, hacer humo y así avisar de la llegada de barcos amigos y enemigos, de mala mar, de vientos y lluvias, en una época en la que salir a faenar era jugarse la vida no como un posible sino como un hecho. Tenían rango de autoridad comunal, y eran elegidos de entre los marineros, con el tiempo el “oficio” fue pasando de padres a hijos. 
Bajo su supervisión, todos los barcos tenían que salir a faenar a la vez. Ellos decidían si se podía, o no, salir a pescar. Y la hora, momento y forma en la que todos debían salir y entrar a puerto. Toda una forma comunal de trabajar. 
Las señales colocadas por los Talayeros debían de ser  conocidas y respetadas bajo penas de multa. Si en la atalaya se colocaba un símbolo de no salir a faenar el que no lo cumplía debía de pagar una multa. Solo se entiende la figura del Talayero como una forma colectiva de entender las artes de pesca. La Asamblea de la Cofradía lo decidía todo y sus decisiones eran vinculantes para todos los marineros.
Las garitas de los Talayeros con el tiempo se convertirían en faros.
“(…) Otros empleados de la cofradía eran los “atalayeros”, que debían permanecer en una “choza o garita” para avisar a las embarcaciones de la proximidad de temporal, de la existencia de ballenas, de los eventuales naufragios y de los “manjuis” _que eran bancos de sardinas o anchoas-. Su trabajo no era nada envidiable pues si las embarcaciones habían salido a faenar debían quedarse fuera de su “casilla” hasta que volvieran a puerto, y ello aunque arreciara la lluvia o incluso nevara. A fines del siglo XIX se ocupaban además en el peso del besugo” (…). Escrito del historiador Juan Gracia Cárcamo.

A continuación un esbozo del texto Los “Talayeros” de Ramón Ojeda San Miguel 



“(…)LEKEITIO
Otra vez como en otras villas portuarias y pesqueras, en  el promontorio de la   atalaya  de Lekeitio existía un  pequeño edificio, a modo de rudimentaria caseta, en el   que permanecía y se protegía el atalayero. Allí se  mantenía casi de forma permanente       oteando la mar y el  cielo (desde media hora antes del toque de campana de la  misa   del alba). Obligatoriamente, con indicación expresa  en el reglamento de la Cofradía,     tenía que ayudarse en su  vigilancia de un anteojo de largo alcance. En caso de cambio drástico en las condiciones meteorológicas, u otro  peligro, el atalayero quemaba         árgoma en una  fogata, y  mediante señales de humo avisaba a las chalupas que en aquellos momentos estaban faenando. Luego, en  compañía del mayordomo,                permanecía en su puesto para  dirigir la entrada de los barcos hasta el puerto. Además  “Otra de las misiones que   se le confiaba era avisar cuando  viese algún navío que        necesitaba piloto para entrar en Lequeitio o en otro puerto, y lo mismo cuando naufragase  a su vista alguna  embarcación. En tal caso, y en el lugar  acostumbrado, había de hacer las señales correspondientes que consistían en sombrero o algún  casacón o chupa en la punta de un largo palo”

BERMEO
(…) “Para atenuar estos males, es para lo que se nombran los señeros de mar que entendiéndose con el talayero a que se sitúa en la cima del Cabo Machichaco, observan el tiempo y cuando por sus cálculos creen que corre peligro, hacen la señal de arribar a puerto a fin de salvarse” (…) . Escrito de Lopez Losa 1860. 
Como vemos antes de la edificación del Faro de Matxitxako ya había Talayeros. 

LAREDO
   “Con algunas inevitables peculiaridades, el sistema de las talayas de Laredo resultaba al final muy parecido al de Santander. Las ordenanzas promulgadas el 16 de marzo de 1577 de la cofradía de San Martín establecían en nombramiento anual de 6 talayeros:  
“24. Item mandamos que los dichos Ofiçiales nombren seis Talayeros, los quales sean de los maestres más honrrados y temerosos para que quando vieren el mal tiempo ansi yendo a la mar como estando ponga sus talayas y se vengan a tierra y el talayero que no lo hiziere pague dosçientos maravedís para las limosnas a los quales se les reçiba juramento en forma”19.  
   Además de los talayeros los pescadores laredanos contaban con un linternero encargado de dar la señal de salida a la mar: 
   “23. Item, mandamos que los dichos oficiales estando en su ayuntamiento nombren un Lanternero el qual tenga quenta de quando vayan a la mar, a Rostroz de Coberriz aguarde y ponga seña alta, y allí se aguarden todas y quando fueren todas juntas tome la seña que tuviere puesta y la abxe y entonces se vayan cada una quien más pudiere, y la que estuviere adelantada pague tres reales para las dichas limosnas. 
27. Item, mandamos y ordenamos que el día que se començare a entrar a la mar hasta el día de Navidad porque vayan temprano por ser el día corto madruguen a las quatro horas y el lanternero sea obligado a llevar una lanterna y farol para que vayan en su seguimiento todos, y mandamos que la pinaça que no madrugare si quedare muy zaguera no la aguarden no siendo más de una o dos pinaças”   
   Los talayeros tenían también muy bien prefijados sus trabajos en el ordenamiento gremial en tres específicos capítulos:  
“28. Item, mandamos que el talayero que yendo a la mar viere el tiempo malo y pusiere la talaya sea obligado de hacerse a la vela o a rremo en el borde de tierra, y las otras respondan y hagan lo mismo, so pena que la que no lo hiciere pague de pena dosçientos maravedís y si estuviere en la mar calado y viere el mal tiempo y pusiere la talaya se saque luego y haga en el bordo de tierra, y los demás talayeros respondan y hagan lo mismo, so pena de la pena dicha. 
29. Item, que quando el talayero pusiere la talaya ansi yendo a la mar como estando en ella y se viniere a tierra y vinieren seis pinaças, ansi yendo a la mar como estando, si las otras fueren a la mar contra la talaya o estando en la mar fuere a calar le condenen en la pena y la pesca que pescaren y la pena sea seisçientos maravedís para las limosnas del Cabildo. 
30. Item, mandamos y ordenamos que quando alguna o algunas pinaças fuesen a la mar pusiendo la talaya en tierra a rrebeldía de la talaya fueren, que por tal caso porque haya escarmiento atento que a subzedido ir a la mar y se perder la pinaça y anegarse y la gente ahogarse, y si no se executase esto cada día se haría, mandamos que quando lo tal subzediese los oficiales condenen a los que fueren a rebeldía en la pena que vieren ser justa y más la pesca que traxeren para las dichas limosnas”.
   “El linternero tenía la misión de colocar un farol encendido en su pinaza o chalupa, que servía de guía al resto de las embarcaciones en las salidas nocturnas a la mar. Correspondía a los atalayeros el señalar, mediante “atalayas”, señales o banderas izadas en la costa, la salida o prohibición de hacerse a la mar de las embarcaciones, ya fuera por peligro de mal tiempo o por otras causas. Lo mismo sucedía cuando, en plena faena de la pesca, alguno de éstos izaba la atalaya a bordo de su pinaza: era la señal para que las embarcaciones suspendieran la labor y regresaran a puerto…  
   En la costera del besugo, la hora de partida de las pinazas a la pesca, desde noviembre a Navidad, “por ser el día corto”, se fijaba a las cuatro de la madrugada, Maestres y tripulaciones, precedidos del farol del linternero se dirigían al embarcadero del “puerto chico”, donde tomaban las respectivas pinazas. Una vez a bordo, la linterna del barco donde iba el linternero servía de guía al resto de la flotilla…  
   Se prohibía salir a la pesca siempre que los atalayeros colocaban las señales o atalayas indicando peligro de temporales, flotas enemigas u otra causa determinada. Del mismo modo, el izado de estas en plena actividad significaba el abandono inmediato de la pesca. Las embarcaciones que, por su cuenta, desobedecían las indicaciones de las atalayas, eran castigados en 600 maravedís y pérdida de la pesca…” Así describía Agustín Rodríguez Fernández,  sin duda el historiador que mejor ha estudiado la pesca tradicional de Laredo, el sistema de las talayas.

Talayeros había en todos los puertos pesqueros de la cornisa cantábrica quizás los más organizados eran los vascos de Bermeo, Lekeitio, Ondarroa y los cántabros de Castro Urdiales, Laredo y San Vicente de la Barquera

“Los pescadores -    me dijo‐ suelen tener algunos señeros en el Izarra y en  Aguiró para que estudien los      cambios atmosféricos. Si las señales son de  bonanza, se lo indican a las llamadoras, que se encargan de ir avisando a  los tripulantes de cada chalupa dando fuertes golpes en las puertas de sus  casas. Si las señales son de tempestad, no hay aviso; pero si el tiempo es  dudoso, los señeros, en vez de mandar recado a todos los pescadores,  llaman sólo a los patrones, y en el extremo del muelle, al amanecer,  discuten las probabilidades de que  haya bueno o mal tiempo. Si no se llega  a la unanimidad, entonces se somete el fallo a votación, se saca una caja  de madera con dos compartimientos y dos ranuras. Junto a una de éstas  hay pintada una lancha; al otro lado de la otra, una casa. La lancha quiere  decir que se puede salir al mar; la casa, que hay que quedarse en tierra. La  votación suele ser absolutamente secreta. Cada patrón echa su cartoncito  en el lado de la lancha o en el de la casa, y lego se cuentan unos y otros. Si  hay más votos para salir, el que quiera     puede salir al mar, y el que no  quiera puede quedarse; si la mayoría vota por no salir, entonces es  obligatorio permanecer en tierra, y al que no cumple el acuerdo se le  condena a una multa y se le decomisa el pescado que traiga”. 
Pío Baroja. 
(Las inquietudes de Shanti Andía). 

En Laredo la Atalaya omnipresente protegía al antiguo puerto y al moderno de las embestidas de las olas. No se comprendería el asentamiento del viejo Laredo sin la Atalaya. Allí a media ladera reposan los cuerpos de media familia, padre, abuelo, abuela, tío, donde sus antepasados eran Talayeros respetados.

El fin de los Talayeros.

  “(…) Surgió una fiebre generalizada por aprovechar la oportunidad. Desde posiciones cada vez más individualistas, lejos del concepto comunal de los gremios de mareantes, muchos armadores y patrones entablaron una verdadera batalla: querían más y más libertad para pescar con los aparejos, artes, barcos y tiempos más en armonía con sus anhelos. No querían ya, en modo alguno, trabajar bajo la tutela comunal de la Cofradía.  
   En este ambiente de pescar más y más, de mayor libertad para elegir el modo y la forma de faenar, cada vez encajaba peor el sistema de las talayas. Organización, como hemos ido viendo, que en aras de la seguridad obligaba a los pescadores a trabajar en forma casi colectiva. ¿Cómo un talayero iba a obligar a un “moderno” patrón a regresar a puerto de forma autoritaria?  
   Las actas de la cofradía de San Andrés de Castro Urdiales están plagadas entre los años 1838 y 1871 de percances y conflictos provocados por la actitud cada vez más creciente de desobedecer las órdenes de los talayeros. A pesar de ello, con la intervención del Ayudante Militar de Marina, la Cofradía quiso seguir manteniendo el sistema, especialmente en las costeras del besugo y bonito, las más alejadas de la costa y por ello más peligrosas (…).
(…)Sin embargo, a pesar del nuevo y claro reglamento, el problema se fue agravando más y más: la Cofradía cada vez tenía menos y menos control, y los patrones desobedecían en mayor grado las órdenes de los talayeros en un afán desmedido por pescar cada vez más. Las multas se repetían y endurecían, pero la falta de respeto a los salvaguardas no cesaban. Las nuevas ordenanzas publicadas por la Sociedad de Pescadores en el último tercio del siglo XIX y comienzos del XX seguirán recogiendo algunos capítulos dedicados a las talayas; pero era letra sobre papel simplemente. No había quien parase la cascada de desobediencias.  
   A pesar de todo. Pese a que en la mar los atalayeros fueron perdiendo autoridad, en la costa y en los muelles siguieron avisando puntualmente, dentro de sus posibilidades, de la llegada de momentos y tiempos peligrosos. En toda la segunda mitad del siglo XIX siguió siendo habitual ver una bandera de aviso en la punta del muelle norte y en la cima de la Atalaya, cuando el tiempo y la mar no eran bonancibles para pescar a juicio de los talayeros.(…)”

(Desde aquí agradecer a Ramón Ojeda San Miguel, su gran trabajo de “Talayeros”)

La explotación masiva de los recursos naturales en el medio marino ha obligado a acordar tiempos de pesca y vedas de diferentes especies, otras han sido esquilmadas. Cuando éramos pequeños en el Túnel o en el Canto de Laredo descubríamos entre las rocas un torbellino de vida efervescente ahora desaparecido, por no haber no hay casi ni lapas. 
Las formas en las artes de pesca han variado tanto que han sido la autodestrucción de muchos esquemas comunales, de una sociedad de autoconsumo a empresas voraces con el único objetivo que el interés comercial. Una sociedad que no respeta sus recursos, que no conserva lo que tiene y lo cuida está abocada a la desaparición.
Los faros que dan esa luz de esperanza pública, para todos y gratuita, pasaran, como estamos viendo, a mejor vida por el G.P.S., los satélites, y otros medios privados modernos, previo pago, para luchar contra los naufragios. Son símbolos de la decadencia del Sistema, solo han hecho planes, desde el Gobierno, para explotarlos comercialmente, ósea privatizarlos. Son nuestros, los construyeron nuestros antepasados, dieron vida a nuestra gente, no pueden venderlos.

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